Nacionalismo

En el siglo XX dos ideologías crearon dos monstruos que sembraron el mundo de muerte y dolor: el nacional socialismo y el comunismo. En España, azuzados por los vientos procedentes de Europa, llevaron a la guerra fratricida que comenzó en el 36. Nos convertimos en el banco de pruebas de lo que más tarde fue la segunda guerra mundial.

En nuestro país estamos asistiendo a una gran alucinación colectiva llamada nacionalismo que se ha convertido en un especie de cáncer social. Gracias a ella se han creado estructuras de poder político-económico que han favorecido el desarrollo asimétrico de unas comunidades autónomas respecto a otras. Mejor dicho, a expensas de otras. Aunque a simple vista no sea tan evidente, el motivo último de su subsistencia es puramente económico, aun cuando estemos asistiendo a una especia de paso adelante, más disgregador, donde se habla de ‘independencia’ como una suerte de liberación.

El nacionalismo es una ideología perversa, especialmente en nuestro país, por tres motivos:

Primero, porque es mentira. Se sustenta en una falsedad. Se elevan a categoría de nación áreas geográficas que nunca existieron como tales, aprovechando la cultura y lengua diferencial. Es posible, respetable y podría ser legítimo que en algún momento de la historia pueda surgir un sentimiento nacionalista en áreas concretas y desarrollarlo de forma pacífica y sin coacción. Lo que muestra un interés viciado es observar como se falsea la historia para justificarlo y como se discrimina al disidente. No voy a perder tiempo en lo evidente ya que cualquiera carente prejuicios puede conocerlo con todo detalle y objetividad. Todo está falseado, generalmente a partir de medias verdades. Su lucha no está fundamentada en una injusticia por la que valga la pena dar la vida sino en una ilusión que arrastra tanto a las mentes sin formación como a las cultivadas, especialmente si han sido adoctrinadas desde su juventud. También añade fieles entre aquellos que lo consideran una oportunidad de obtener beneficios personales, que no son pocos. Para unos una religión, para otros una profesión, para algunos ambas cosas. Incluso en los seminarios religiosos se ha inoculado su veneno mundano que destruye la fe en un ‘reino que no es de este mundo’. Por eso vemos lo que vemos: seminarios vacíos, obispos que abandonan… Así ocurrió en la primera mitad del siglo XX en una parte de Europa central.

Segundo, porque se imponen explotando los complejos individuales, radicados en el orgullo, elevados a complejos sociales. Me refiero por un lado al complejo de superioridad: somos mejores que los otros, mantenemos a los otros que son menos trabajadores, etc. Este es el dominante en la clase política y en aquellos que pueden obtener el mayor beneficio personal. Por otro lado, se exprime el complejo de inferioridad, de gran utilidad ‘práctica’ a la hora de azuzar a las masas, tanto más cuanto menos formadas y más ideologizadas: nos roban, si lo gestionásemos nosotros no nos faltaría de nada (?), se quedan con lo nuestro. Lo más parecido a un agravio por el que merezca la pena que lleve a cabo un acto violento, incluida la muerte. Y así ha sido.

Tercero, porque genera discordia y división, llegando incluso al nivel familiar. Este es el germen del totalitarismo que, poco a poco, de forma sutil, va trasladando al terreno legislativo normas que generan ciudadanos de primera y de segunda. Los totalitarismos del siglo XX nos han enseñado tácticas de coacción, eliminación física y social del disidente perfectamente identificables. Emplearán lo que es fácilmente identificable, por ejemplo la lengua, como elemento para señalar y estigmatizar a los que ‘no son de los suyos’. Será en la escuela y en la Universidad donde se fabriquen ‘los unos’ y se identifique a ‘los otros’. Aquí están los ejemplos ante nosotros, día a día. En esto no se puede ceder porque es la libertad la que está en juego. Este es el motivo último de esta entrada del blog. Se está generando un caldo de cultivo que promueve la violencia, tanto más cuando se añaden a la pócima elementos comunistas con soflamas revolucionarias que, curiosamente, son su antítesis ideológicas. Sólo faltaban las redes de comunicación social para amplificar su efecto. Pólvora y fuego.

Somos más fuertes y prósperos unidos en nuestra diversidad. Siempre lo hemos sido en este país tan extraordinario. Es un valor negativo disgregarnos para enfrentarnos, dividirnos y hacernos peores.

Lo más asombroso para mí es que los dirigentes de estos movimientos, en el ámbito político y social, son exactamente lo que parecen. En esto no hay engaño. Repasen sus nombres y su currículum. Evitaré juicios personales. Hay que ser un insensato para seguirles el juego. Lógicamente, su fin último es garantizar el modus vivendi de una parte de la sociedad: políticos, personajes afines y agentes del tejido económico dependiente de los mismos, que disponen del arma legislativa y de los presupuestos. Nunca pierden porque juegan con barajas marcadas. Pierden los ciudadanos, propios o de otra parte del país. Lo irrisorio es comprobar que lo que más daño hace al gran movimiento nacional no son las agresiones injustas de un supuesto estado opresor, siempre condescendiente, sino las amenazas a la economía personal de sus dirigentes. Ahí se acaba todo. Ahí está, junto a la educación libre y veraz, el tratamiento curativo de este tipo específico de cáncer que, como todos, si no lo atajas a tiempo de forma radical sólo te queda intentar convivir con su daño, con su cronicidad. Y sólo pueden ganar por el hastío. Ya en su día un dirigente vasco, hoy afortunadamente en el olvido, advirtió con mucho énfasis que la ilegalización del partido que sustentaba a ETA traería consecuencias funestas para la paz… y trajo la desaparición efectiva del grupo terrorista por falta de medios económicos. Así es, todo era ‘la pasta’.

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