Küng y Von Hildebrand en Loyola Marimount

En el trigésimo quinto aniversario de la muerte de Dietrich Von Hildebrand, y en pleno año de la fe, quiero recuperar este post de mi antiguo blog en homenaje a su persona reproduciendo la parte esencial del artículo que el profesor de Filosofía de la Universidad franciscana de Steubenville, Prof. Michael Healy, publicó en http://www.insidecatholic.com  y que se recoge en el newsletter del Dietrich Von Hildebrand Legacy Project. Es una anécdota altamente demostrativa de la impresión que son capaces de provocar en los que entablan contacto con ellos las personas que aman y abrazan la verdad sinceramente. Un auténtico reto para cada uno de nosotros que no depende exclusivamente de nuestra voluntad sino, como el propio Von Hildebrand dice, surge del contacto amoroso, del encuentro personal real con Cristo y su misericordia, con el tesoro de la gracia de Dios.

La escena ocurrió en la Universidad de Loyola de Los Angeles (hoy Universidad de Loyola Marimount), en 1971. La historia relatada se refiere a la impresión que produjo en el citado autor la visita de dos distinguidos conferenciantes invitados por la Universidad: el reverendo Hans Kung y el Profesor Dietrich Von Hildebrand. El contraste acerca de la diferente forma con que fueron recibidos junto al impacto que ambas personalidades produjeron en él son la base de esta interesante historia.

El autor comienza relatando el ambiente imperante en aquella época postconciliar en la citada Universidad  jesuita, realmente ‘no muy diferente de la existente otras universidades católicas de entonces’.

La atmósfera global de Loyola, era de un optimismo progresista. ‘La ruptura de las cadenas con una autoridad obsoleta y la libertad combinada con sinceridad era todo lo que un hombre necesitaba. Rara vez se podían escuchar comentarios acerca de la verdad y del error (excepto en matemáticas y ciencias), del bien o del mal y, mucho menos, de obediencia personal y autosacrificio’.

Su primera clase de teología en Loyola fue una combinación de propaganda de izquierdas y de un existencialismo de ‘toma y elige’. El profesor les señaló varias opciones para la vida humana, incluido el nihilismo, como posiciones legítimas y valientes (sin mención alguna del ideal cristiano de santidad). Una vida coherente debía elegir una perspectiva determinada y ser sincero y consecuente con ella. Cualquiera era válida. Se difundía el relativismo.

En el ámbito de la filosofía, dominaban los tópicos del optimismo evolucionista del reverendo Pierre Teilhard de Chardin pasando por encima la situación metafísica del hombre y con ello, todo lo relacionado tanto con el pecado original como con el misterio de la redención de Cristo.

Aunque el autor refiere que estas nociones le impactaron profundamente por su formación previa, lo interpretó positivamente, ‘dándole a cada uno el beneficio de la duda’. Llegó a pensar que quizás estaban intentando aumentar su fe, hacerla más fuerte presentándole dificultades, aunque le llamaba la atención que no se hacían equivalentes esfuerzos en defender la fe dando respuestas a las objeciones de los pensadores ‘modernos’.

La Encíclica Humanae Vitae del Papa Pablo VI  no era discutida sino ridiculizada. Incluso profesores de teología cuestionaban el papel del Papa como vicario de Cristo en la tierra.

Esta era la atmósfera general y la prevalente visión sobre la Iglesia. Por ello, el autor, como la mayoría entonces, estaba predispuesto a considerar favorablemente las opiniones de Kung y desfavorablemente a Von Hildebrand.

Kung fue recibido en la Universidad con los brazos abiertos y celebrado por la mayoría. ‘Todos los jesuitas fueron requeridos para ir a oír su conferencia y su llegada fue considerada como el gran evento del año (esto fue antes de serle prohibido presentarse como un teólogo católico)’.

En el otro lado Von Hildebrand, autor de esmeradas y cuidadosas criticas sobre la situación del momento, como El caballo de Troya en la ciudad de Dios, defensor de Humanae Vitae y devoto de la misa latina, era condenado al ostracismo. Se desaconsejo publicitar su conferencia hasta el punto de que fue difícil saber el lugar y la hora. Además, los jesuitas convocaron una reunión obligatoria a la misma hora para asegurarse de que ninguno de sus jóvenes pudiesen oírla.

En resumen, el ambiente general estaba claramente a favor de Kung y en contra de Von Hildebrand.

Cuenta el autor que ‘la única cosa positiva que había escuchado respecto a Von Hildebrand fue en una clase de amor y amistad impartida por su antigua alumna la Dra. Ronda Chervin, donde tuve que leer su artículo ‘El verdadero significado del sexo’ que resultó ser lo mejor que había leído nunca sobre el tema en cualquiera de mis clases’.

Continua diciendo el Profesor Healy:  ‘Imagina mi sorpresa, pues, cuando felizmente fui a ver al gran Kung, ante el cual se había desplegado la alfombra roja, ante el que se inclinaban los jesuitas creyendo estar dando una buena impresión, esperando ser considerados tan vanguardistas como los líderes pensadores europeos del momento y, en cambio, tuve una de las más negativas impresiones respecto de una persona de las que jamás he tenido en mi vida. El gesto de su cara, el tono de la voz, el modo en que se manejaba o la forma en que contestaba a las preguntas se combinaron para proporcionarme la impresión de ser alguien enormemente satisfecho de si mismo que animaba a todos a su alrededor a adularle (y ellos felizmente obligados). El elemento crucial de su conferencia daba la impresión de ser que toda la problemática que afectaba tanto a la iglesia católica como a la protestante sólo tendría solución si se tomasen en consideración las propuestas de Hans Kung.

Al final de su charla, yo estaba extremadamente receloso – continua diciendo – sobre su visión de la Iglesia y, por consiguiente, con la atmósfera dominante en Loyola. Comencé a considerar que mi propia aproximación podría ser más acertada que la de la gente. Estaré siempre agradecido a Hans Kung por este importante paso hacia mi madurez‘.

Sin embargo, no fue hasta que oyó a Von Hildebrand, a pesar de estar abiertamente desaconsejado, cuando logró consolidar esta impresión personal de forma positiva.

A Dietrich, debido a sus problemas cardíacos, su médico le había sugerido no excitarse demasiado y por ello se decidió que su esposa Alice le sustituyese como conferenciante. Él estaba sentado entre el público, en la misma fila que Healy. Ella impartió una excelente conferencia acerca de cómo Soren Kierkegaard trató con los teólogos liberales de su tiempo usando la ironía y el humor, en un evidente paralelismo a lo ocurrido tras el Concilio Vaticano II. Entonces, comenzó a comprender por qué los jesuitas habían convocado una reunión obligatoria para mantener alejados a los más jóvenes de ellos.

A pesar de la profundidad y seriedad de lo que estaba diciendo, Alice nunca habló o se comportó de forma que centrase la atención sobre ella misma- a diferencia de Kung- sino sobre la materia en cuestión. Ella no se centraba en si misma sino en la realidad. ¡Que refrescante! Quedé profundamente impresionado tanto por su mensaje como por sus maneras’, señala el autor.

‘Durante todo el tiempo Dietrich permaneció sentado y tranquilo, reposando su corazón. Sin embargo, en la sesión de preguntas y respuestas, cuando surgieron cuestiones acerca del estado de la Iglesia, ya no pudo contenerse por mas tiempo. Se levantó en medio de la audiencia y habló apasionada y amorosamente de Cristo y de la Iglesia empleando frases que yo no había oído desde la escuela como ‘Santa Iglesia Católica Romana’.

De inmediato, experimente varias impresiones simultáneas. En primer lugar, que allí había alguien que realmente creía, que humildemente aceptaba la verdad revelada por Dios. Él no intentaba resolver, descifrar las enseñanzas de la Iglesia, sino aprender cómo vivirlas. En segundo lugar, ahí había alguien que realmente amaba a Cristo y a su Iglesia con todo su corazón. Que se mostraba lleno de agradecimiento a la Iglesia, a su autoridad, a sus enseñanzas, a sus sacramentos. No estaba resentido contra la Iglesia o su autoridad. En tercer lugar, era un verdadero apóstol, proclamando la verdad (en lugar de su verdad) oportuna e inoportunamente, dispuesto a permanecer felizmente junto a Cristo y su Iglesia aun cuando las opiniones humanas lo ridiculizaran. Miré hacia abajo, en mi fila, al octogenario del pelo blanco que estaba gesticulando con su paraguas para dar mayor énfasis y corriendo serio riesgo de padecer un ataque cardíaco por su entusiasmo (también corriendo peligro varias cabezas y sombreros de las filas de alrededor por los movimientos de su paraguas) y tuve la impresión que había conocido a San Pablo. Finalmente, allí había alguien lleno de alegría y esperanza, a pesar de su profunda pena y su razonada critica acerca de lo que estaba ocurriendo en la Iglesia…’

Dice el Dr. Healy que aquel encuentro cambió su vida y confirmó su sospecha de que seguir la opinión imperante entre la gente no es garantía de acierto.

A mi me ocurrió lo mismo cuando conocí su obra, en especial su Etica y su obra maestra Nuestra transformación en Cristo. Mi agradecimiento a la Divina Providencia será eterno pues Se vale de circunstancias extrañas, a veces inverosímiles, para lograr que quienes han estado perdidos, encuentren la senda de la Verdad.

Finaliza, refiriéndose a Von Hildebrand, diciendo que ‘un hombre hablando de la verdad tiene un tremendo poder para dispersar la niebla, alcanzar a la gente y cambiar vidas’.

Cita a Kierkegaard diciendo que ‘Dios no trata con la gente, Dios trata con las personas’ y El tiene toda la vida de cada uno de nosotros para hacerlo, incluida la vida de cada persona de Loyola en 1971. Lo determinante en última instancia no es la opinión mayoritaria en un momento dado, sino el fin de cada individuo. Aquí es donde nuestra esperanza descansa…’

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