Memoria histórica

Entre 1936 y 1939 alrededor de 10.000 sacerdotes, religiosos, religiosas y creyentes católicos de todas las edades fueron asesinados por motivo de su fe. Las cifras absolutas varían pero la realidad es que, de haberse podido, se habría aniquilado a todos. Eso se llama genocidio y ha sido uno de los más importantes de católicos en la historia.

La gran mayoría murieron perdonando a sus asesinos. No clamaron venganza. Al contrario, se despidieron perdonando porque sabían que sus asesinos eran hermanos errados. En el fondo, pobres gentes movidas por un odio enraizado en la ignorancia. Hay que ponerse en la perspectiva de la época para entender, pero no para justificar. Enormes diferencias sociales con un gran número de gente trabajadora explotada, pobre y analfabeta que fueron arrastrados por la esperanza revolucionaria de una dictadura del proletariado que había hecho de Rusia el paraíso en la tierra. Junto a ellos, los autores intelectuales, apóstoles de ideologías perversas y directamente anticatólicas, inicialmente verdaderos creyentes en esa nueva fe marxista; tras la segunda guerra mundial, a sueldo del partido comunista de Stalin. Naturalmente, en la contienda, prefirieron la victoria de aquellos que no los exterminaban.

No formaban parte de columnas ni divisiones armadas. Eran gente trabajadora, de toda clase social, muchos republicanos. Fueron perseguidos como animales a los que se da caza. Peor, muchos fueron asesinados utilizando métodos salvajes después de haber sido torturados. Hombres y mujeres, son los grandes olvidados. Son historias que no parecen interesar a nadie aunque algunas son auténticos ejemplos de vida. Pero a mi sí me importan…y mucho. Porque semejante odio diabólico corre el riesgo de volver sembrarse entre estas generaciones. Ya no será, o quizás sí, la religión, sino el hecho de pensar diferente, y eso también es genocidio. Incluso puede que no sea la aniquilación física sino la social. Los partidos que promovieron lo asesinatos y sus herederos están identificados y con representación parlamentaria significativa. Han promovido una ley de Memoria histórica adulterada que trata de esconder la realidad de lo que ocurrió para poder legitimarse.

Las leyes de Memoria Histórica que no surgen de un consenso animado por un espíritu de concordia y respeto al diferente, lo que pretenden es lo opuesto: aislar al que piensa lo contrario para perpetrarse en el poder.

Deben hacer un esfuerzo las nuevas generaciones por conocer, con la máxima objetividad posible, su propia historia. No es verdad que sean las más preparadas, aunque podrían serlo. Corren riesgo de ser las más ideologizadas porque en un mundo donde la realidad se afronta de forma tan superficial, con prejuicios y prisas, pueden ser víctimas de los eslóganes fáciles, de ideologías rancias o absurdas que se imponen desde el poder o grupos de interés sin ser cuestionadas. Se aceptan las consignas porque les hacen sentirse reconocidos por parte de grupos afines para no significarse contra lo políticamente correcto, para igualarse en clase social o, simplemente, porque es lo más cómodo.

Por eso aconsejo leer el libro ‘Holocausto católico: los mártires de la guerra civil‘ (Santiago Mata). No podemos permitir que se manipule la historia para dar una falsa legitimidad a ideas falaces y perversas actuales. La sangre de los mártires clama al cielo y siempre se cobra justicia. También apela a ser recordada como semilla de concordia para superar aquellos hechos y reconciliar a la sociedad con su pasado como han hecho otros países europeos.

Necesitamos aprender del pasado a través de hechos incontrovertibles y la única memoria que debe quedar viva es la de nuestros héroes, aquellos que encarnaron los mejores valores de una época. De cada época en este maravilloso país de cuya tierra emergimos y a la que iremos a parar. Y en esos años, lo fueron especialmente los mártires católicos.

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