Martes 3 de marzo de 2020. 23:15 horas. Antes de acostarme, visualicé en twiter una tabla (que se adjunta como imagen) donde se reflejaba la evolución de la epidemia en diferentes paises. Hasta entonces mi atención se centraba en el balance de casos nuevos y fallecidos, que parecían cebarse especialmente en las personas añosas. Convencido de estar ante una especie de gripe, algo más severa de lo previsto.
Me fijé en la última columna de la derecha que hablaba sobre los casos graves o críticos, es decir, aquellos que requieren hospitalización y probablemente UCI. Cogí la calculadora y comprobé que oscilaban entre el 9% de Italia y el 22% en China. Sabiendo que el 25% de los mismos requerían ingreso en UCI, según datos de China, busque en internet las camas de UCI que hay en nuestro país, alrededor de 4500. De forma grosera, introduciendo el número de contagios (exponencial) hasta entonces de nuestro país, asumiendo una tasa de contagio igualitaria en todo el país, y aprovechando los cálculos que realiza automáticamente una simple tabla excel llegué a una conclusión terrible: en el peor de los casos (datos de China), en Semana Santa nos quedaríamos sin camas de UCI disponibles en España; en el mas favorable (Italia) a mediados de mayo. No pude dormir aquella noche. Al día siguiente, al volver del hospital (que funcionaba a plena normalidad), les comenté a mi mujer y mis hijos en la cena que se preparasen porque se aproximaba una ‘tormenta perfecta’ (frase textual) por la conjunción de 3 factores objetivos: el colapso inmediato del sistema sanitario, una crisis económica latente y un gobierno débil, dividido y preocupado de aspectos ideológicos (Ley de Educación, Ley de Libertad sexual,..) y no de las necesidades esenciales de los ciudadanos. Si se tenía en cuenta que aproximadamente el 40% de los casos afectaba a la Comunidad de Madrid, donde trabajamos y estudiamos, la claudicación en la capital era inminente. Así se lo expliqué a una compañera de trabajo, encargada de comunicación en mi hospital, cuando me preguntó, tras tratar otros temas en los que estábamos trabajando, si no se estaba sacando de quicio el problema.
En la misma gráfica se puede observar como hay algunos paises, curiosamente los vecinos de China, cuyos resultados en la gestión de la epidemia son los mejores del mundo. Una gráfica que no sólo daba pistas de lo que se avecinaba, sino también sobre la posible solución: no era nada fácil y quizás no hubiese consenso, era muy costosa económicamente y requería actuar de inmediato y con determinación. Había que limitar la entrada al país de casos procedentes de zonas afectadas, comenzar a adquirir masivamente test diagnósticos, aplicarlos ante la sospecha clínica para identificar casos, independientemente de su gravedad, y aislar a los casos y contactos. Al mismo tiempo, prepararse para dotar al sistema sanitario de camas, y especialmente de UCIs, respiradores, fármacos y material de protección para el personal sanitario.
Desde el gobierno, medidas de tranquilidad y recomendaciones de que las personas con síntomas no salgan de casa.
Esa misma semana, en la Comunidad de Madrid estaban previstos múltiples actos multitudinarios: partidos de futbol, convenciones de partidos y una manifestación el día 8, en defensa del feminismo. El gobierno junto a múltiples partidos políticos y medios de comunicación, alentaban a la participación en esta última pidiendo que fuese masiva. Dadas las características de transmisibilidad de la enfermedad las consecuencias serían dramáticas e irreversibles. Se suscitó un debate que se llevó, como todo en este país en este momento, al terreno ideológico que es lo que se priorizó.
Preguntada la vicepresidenta del Gobierno, Doña Carmen Calvo, a su vez presidenta del Comité de crisis del coronavirus, qué motivos tenía la gente para asistir a la manifestación del día 8 afirmó: ‘Le diría que le va la vida, que le va su vida. Que le va seguir tomando decisiones para proteger su seguridad‘. Así era, y la de todos nosotros, pero la decisión apropiada era exactamente la opuesta. La responsabilidad social de unos y política de otros era irreversible.
Si un ciudadano anónimo era capaz de llegar a estas conclusiones, las autoridades sanitarias estaban obligadas a ello. Avisadas estaban por la OMS desde el 30 de enero.