Madrid 20:00 h. 19 de marzo de 2020. Suenan repentinamente en la calle un grupo de sirenas que parecen ambulancias . Me asomo alarmado al balcón con un hijo mío para averiguar lo que pasa: gente en los balcones y ventanas aplaudiendo y una caravana de coches de la policía municipal de Madrid, en dirección a la plaza de Cristo Rey, haciendo sonar las sirenas en honor a los compañeros que están trabajando a destajo, en la Fundación Jiménez Díaz y el Hospital Clínico, en su lucha contra la pandemia del coronavirus. Me emociono y me activo para contar lo que debí comenzar hace unos días. Ya no puedo estar callado.
Según datos oficiales de este momento, han fallecido ya más de 1300 personas y se han diagnosticado casi 25.000 casos. Es decir, al menos debe haber unos 170.000 casos en España, la mayor parte de ellos sin diagnosticar, asintomáticos o con pocos síntomas, y con alta probabilidad de contagiar a otros. Por ello, el crecimiento está siendo exponencial. Por ello, los casos siguen aumentando a pesar de las medidas de contención y aislamiento. No sabemos cuándo cambiará la tendencia.
En los hospitales, el recurso limitante, más allá de los exhaustos laboratorios de microbiología y su capacidad diagnóstica, son los respiradores disponibles para los pacientes con neumonías graves, que se deterioran con una rapidez sorprendente. Movilizadas todas las unidades de cada hospital público y privado (UCIs, Reanimaciones, Quirófanos), en la Comunidad de Madrid ya son insuficientes: se prioriza a qué paciente intubar, quien tiene más opciones de sobrevivir. Igual que en Italia. Tras los respiradores, los profesionales encargados de intubar a los pacientes (intensivistas, anestesistas,…), de recibirlos y diagnosticarlos en las urgencias y de tratarlos en las unidades de hospitalización. Están agotados y algunos cayendo enfermos, con lo que el trabajo para los restantes se incrementa en un círculo vicioso espantoso. Veo a los compañeros emocionarse tras cada jornada interminable en los cambios de turno por haber logrado la heroicidad de cada día: que mueran los menos posibles. Ya saben que los que mueren lo hacen solos y eso no lo habían visto nunca. No pocos lloran o se emocionan al intentar hablar, quedándose sin palabras, porque les parece estar viviendo una pesadilla, algo irreal. También con la angustia de no saber si vas a ser tú el próximo afectado, aunque eso parece que va en el sueldo.
Toda la actividad de los hospitales, públicos y privados, está centrada en la atención de esta epidemia. Siento orgullo por poderlo compartir con ellos y con todos los demás trabajadores del hospital, sin los cuales no podríamos llevar a cabo actividad asistencial alguna. No olvido a los directivos de mi hospital que, siendo una institución privada, en ningún momento nos han transmitido otra indicación que no sea la de volcar todos los recursos disponibles en sacar esto adelante, en colaboración con el resto de hospitales de Madrid, cueste lo que cueste, a disposición de las autoridades sanitarias, suspendiendo el resto de actuaciones, velando por la seguridad de los otros pacientes que acuden al hospital y, especialmente, por la de los profesionales. No tengo palabras suficientes de elogio para todos ellos.
Mientras tanto, la gente en sus casas, no son capaces de imaginar la magnitud de lo que se está viviendo en las trincheras del frente de atención. Tratan de acostumbrarse a una situación inaudita, entre el aburrimiento y la preocupación por su futuro, especialmente en lo económico. Las cifras son la clave: ya hay «graves dificultades» para que las funerarias puedan retirar cadáveres, además de la falta de bolsas ‘estancas’ para limitar los contagios de los que los manipulan.
Permíteme amigo el consejo, desde el convencimiento de que una cosa es el alarmismo y otra dar a conocer la realidad. Esto último nos hace más responsables en lo personal y poder exigir responsabilidades en lo político-social. Preocúpate, en la medida que puedas, de estar vivo cuando acabe esto porque no sabemos cuánto tiempo va a durar y quienes lo lograrán. Esta historia, a diferencia de los cuentos, tienen un inicio pero lamentablemente todavía no tiene un final. Es una historia de orgullo y vergüenza que voy a intentar contar.