Jesús, el Señor

¿Qué se puede decir de nuevo sobre Aquel de quien probablemente más se ha escrito en la historia de la humanidad? Nada. Pero puedo hablar de aquello que he experimentado. No de su historicidad pues es evidente ya que partió el tiempo en dos. No contaré una historia, un relato histórico sino que, en la medida en que sea posible y yo capaz, intentaré dar unas pinceladas sobre aquellos aspectos cuya consideración transformó mi vida… por si sirve de algo.

Para los cristianos conocer a Jesús es una obligación pues nuestro objetivo es ser transformados en Él hasta poder afirmar lo que dijo Pablo a los Gálatas: ‘... ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí.’ Esto no lo podemos conseguir solos, por nosotros mismos. Le necesitamos. Ya fuimos advertidos:  ‘Sin mi no podéis hacer nada’. Él es la vid y nosotros los sarmientos. Entonces ya no hablaremos de oídas, sino por experiencia. Entonces estaremos en comunión con Él.
El inicio del Evangelio de Juan me fue siempre difícil de entender. ‘El verbo se hizo carne. Y habitó entre nosotros‘. ¿Verbo? ¿Logos? ¿Palabra?. Difícil. Muy difícil. Muy abstracto. Pero ¿cómo describir con palabras lo que al hombre no le es posible? Creo que la clave está en el motivo que lleva al evangelista emplear precisamente el término logos, palabra. Y es que, si lo pensamos bien, como decía en otro post, la palabra lo es todo. No sólo la utilizamos para hablar o escribir, sino que también pensamos con palabras. Toda la realidad la representamos con palabras.
A Dios, ser supremo, ser en si mismo de cuyo ser participa todo lo que es, sólo lo podemos conocer a través de  la realidad que nos circunda y de la Revelación, en caso de que se hubiese manifestado al hombre. Así fue escrito el Antiguo Testamento. Por ello hablamos de inspiración. Era palabra escrita e insuficiente, aunque no pasará ni una tilde de la misma sin cumplirse. Por ello, en un momento de la historia, el velo que todo lo cubría se destapó, no con estridencia y poder, sino… ¡como un ser humano!
Ya no son pues intuiciones, inspiraciones, palabras y normas escritas, comunicadas. Ahora disponemos de un modelo, y como tal, de un Maestro. El misterio se ha hecho visible, tangible, para desvelarnos los secretos que estaban ocultos, comenzando por el sentido de nuestra vida, de nuestra relación con Dios, con los demás y con la naturaleza que nos rodea. ‘Luz que ilumina a todo hombre’. Encarnado para que todo el mundo pueda conocerlo e identificarse, independientemente de su instrucción, y porque los hechos valen más que las palabras.
Y resulta que en su paso breve por el mundo no escribió nada, sólo hizo discípulos, sólo fue palabra encarnada para los que convivieron con Él. Y algo extraordinario debió ser para que estos, que no eran precisamente personas doctas, instruidas o poderosas, vivieran como lo hicieron, siendo sal de la tierra. Y para que, además, con el fin de mantener la fidelidad de lo vivido, lo escribieran con sus matices. Y transformaron el mundo de una forma hasta hoy desconocida confirmando que lo que había nacido, Su Iglesia, no era algo humano, aunque estaba encarnada en cada uno de nosotros ,y que ‘los poderes del infierno no prevalecerán nunca sobre ella‘.
Y cuando meditamos sobre Su persona y cuando oramos con Él nos damos cuenta de que Su encarnación, Su vida, Su ejemplo es la llave que encaja en la cerradura que abre la puerta de la vida. Por cierto que una llave, con todos sus dientes, no puede ser fruto del azar, sino que necesariamente supone una inteligencia tras ella. Ya lo intuyó Chesterton. Y lo curioso es que la llave está hecha de un material poco valorado hoy en día: de puro Amor.

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