Padre… nuestro

Decía Benedicto XVI en su primer libro sobre Jesús de Nazaret que lo esencial de Su mensaje es que ‘trajo a Dios al mundo’ , que es, en definitiva, el lugar donde vivimos y lo debemos encontrar.

Jesús se dedicó a orar, enseñar y curar. Tres facetas que, en realidad, son sólo una.  Misericordia y compasión que están en la esencia de Dios y que el sólo pensarlo sobrecoge.

Al terminar Jesús de orar, uno de sus discípulos, cuyo nombre no se precisa porque somos todos, le pidió que les enseñase a orar. ‘Cuando oréis decid: Padre Nuestro que estás en el cielo…’

¿Padre? ¿Nuestro? ¿Un Dios personal Providente, Todopoderoso, Omnipresente, Omnisciente, cuyo ser penetra lo oculto, incluido mi mundo interior? ¿Más cerca de mi verdadera realidad que yo mismo?.¿A Quien yo le importo? ¿Que perdona?. Esa es la Revelación. Quienes experimentan esta filiación divina en Cristo han sido y son profundamente transformados. Desde la raíz, desde los tuétanos. Si somos Sus hijos en Cristo es que somos importantes si permanecemos unidos a El. Muy importantes, quizás demasiado. Y, desde luego, no más que los otros que, por cierto, resultan ser mis hermanos.

La respuesta a quién es el propio Jesús, se produjo en Cesarea de Filipo‘Y vosotros, ¿quien decís que soy yo?’ ‘Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’‘ Dichoso tu Simón, hijo de Jonas, porque eso no te lo ha revelado ni la sangre ni la carne sino mi Padre que está en el cielo‘ ‘…te llamarás Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’. No era ningún sabio según el mundo, ni siquiera le sería fiel más tarde, pero ya estaba destinado a convertirse en signo del poder de Dios y en nuestra esperanza. Ya no es lo más importante nuestra flaqueza sino el ser consciente de ella. Y desde entonces sabemos que su Iglesia no tendrá fin. Siempre junto a Pedro.

Nos cuenta Juan que casi al final de Su tiempo aquí, una nueva pregunta, esta vez de Felipe, siguió aclarando parte del misterio: ‘…al menos muéstranos al Padre y creeremos’‘Quien Me ha visto a Mi ha visto al Padre’.

Nos descubrió un Dios personal y trino. El mismo Jesús es la segunda persona hecho hombre para que nosotros pudiésemos ser hijos adoptivos de Dios. Difícil de entender y de creer a priori. Pero así debe ser tratar de aproximarse con nuestras capacidades a la realidad de lo que Dios mismo es. ¿Cómo podríamos entenderlo? En todo caso, se humanizó para que conociéramos a Dios pero no debemos correr el riesgo de humanizar a Dios, porque su verdadera naturaleza divina es inaccesible a una parte insignificante del ser como somos nosotros, aunque nos sea concedido poder participar de ella.

‘…en el cielo’. Luego hay una existencia mas alla de lo perceptible, fuera del espacio-tiempo, que es nuestro verdadero destino, donde habita la plenitud de Dios y que se llama cielo. Donde se vive la voluntad de Dios que es Amor, donde se despliega de forma plena Su Reino y nuestro ser. Y algunos lo han podido ver y no lo han podido describir.

…venga a nosotros Tu Reino’ Un Reino. Expresión terrena para explicar el vínculo de nuestra relación con nuestro Señor. Y nos lo describe recurriendo a analogías para que todos podamos entenderlo… descubriéndolo.

No es de este mundo – ‘Dad al César lo que es del César‘- , y sin embargo está en el corazón de cada hombre. Si queremos tener paz en nuestro corazón, debemos procurar que reine en él el Rey de la Paz. La luz llena todas las estancias que se abren a ella. Las que están cerradas al Rey están a oscuras y en las tinieblas habitan los demonios.

Como todo reino tiene un rey: Jesús. ‘¿Tu eres rey?’ (Pilatos). ‘Tu lo dices, Soy Rey pero Mi Reino no es de este mundo’. Por eso le llamamos Señor. Por ello, coronado de espinas, es El Único ante el que doblo mi rodilla.

Y también tiene unos nobles. ‘En verdad os aseguro que aquellos que han dejado casa, hermanas y hermanos, padre y madre, hijos y campos por Mi y la Buena nueva recibirán en este mundo el cien por uno y en el futuro la vida eterna’ . Y en todo caso, como decía Jean Guitton, la condición del noble es la de estar dispuesto a dar su sangre por su Señor.

Y, por último, tiene un pueblo, el Pueblo de Dios, constituido por todos aquellos que creen y se esfuerzan por hacer Su voluntad. Unos aquí, otros ya en la patria celestial y otros purificándose hasta poder ser capaces de soportar el brillo de Su Santidad. Todos unidos. Llamados a ser sal del mundo y, sin embargo, tantas veces sosa por nuestra falta de confianza y determinación.

Muchas parábolas utilizó para describir el Reino: grano de mostaza, levadura, perlas,… Un Reino paradójico, de personas libres de ataduras, donde el que quiere ser primero debe ser el último, el servidor. Y el que lo descubre, es capaz de venderlo todo para comprarlo. Ya nada posee suficiente valor en comparación. Ya todo lo que queda es tratar de ser digno. Ya la paz, reina en su corazón porque no necesita nada más ya que Él es el lote de su heredad. ¿Donde quedan las riquezas, las disputas, los negocios, las carreras a toda prisa hacia ninguna parte?

‘…Hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo’

Hacer la voluntad de Dios es la razón de ser del habitante del Reino. Es imitar a Jesús. Cumplir una Ley que Alguien grabó en nuestro corazón con un cincel de fuego y química, sobre la carne y el espíritu. Todo se reduce a amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro hermano como a nosotros mismos. No hay nada más, ni nada menos. Fuera de este ámbito de relación no le queda nada al hombre más que si mismo y ahí, a solas, hace frío, mucho frío y no hay esperanza.

Llevó la Norma de las normas a su esencia, al elemento constituyente de todos los elementos del ser: el Amor. ¡Qué cerca estuviste Demócrito, pero ya ves, no eran cuatro los elementos, sino sólo uno!  ‘Habéis oído que se dijo ojo por ojo, diente por diente, pero Yo os digque améis a vuestros enemigos. Si no, ¿qué mérito tendréis?Sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto. El amor al otro que supone nadar en contra de la corriente no sólo del individualismo, del materialismo, del capitalismo atroz, del movimiento calculado sin audacia, del egoísmo, del solipsismo sino también de la dilución en la masa. Llenarse. Llenarse de Él para que, paradójicamente, quepan todos en nuestro corazón.

Toda esa ley, antiguamente sólo letra, fue perfeccionada para siempre. No se si fue una mañana o una tarde. Sólo se que hubiese dado todo por estar allí, al borde del mar de Galilea, aquel día en el que ante los más sencillos el velo fue descorrido a golpe de palabra eterna. De una palabra  de fuego que hizo vibrar los tímpanos y encendió el nervio auditivo de un mundo ansioso por oír. Aquel día en el que todo cobró sentido. Aquel día en que se definió qué es ser Bienaventurado. Aquel día que me permitió, entre otras cosas, entender el por qué de lo que le ocurrió a Adela. Pero eso será el próximo capítulo.

Deja un comentario

Descubre más desde Bernardino Miñana

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo