Mujer


Cada vez contemplo con más admiración y asombro a las mujeres. Quizás sea parte de mi penitencia. Por la razón que sea, que la intuyo, se me presentan de forma especialmente clara rasgos de su ser que la ennoblecen, que la elevan por encima de otras criaturas. Si durante buena parte de mi vida me llamo la atención principalmente su gracia en el sentido estético, es decir, su belleza, su elegancia, su coquetería…, hoy en día lo hace, sobre todo, la manera en que se manifiesta en ella la gracia divina.

Delicadeza, entrega, generosidad, atención a los detalles, intuición,… Son rasgos tan especialmente marcados en la mujer que la constituyen base de la familia, y por tanto de la sociedad entera, desde el inicio de los tiempos. Si un jarrón no habita cualquier lugar de una casa, ni tampoco el tipo de flores que lo ocupan, es porque un espíritu femenino lo ordena a su ser ideal, haciendo al mundo bello, sereno y habitable. La liturgia de lavarse el pelo, vestirse o maquillarse ocupa el lugar que verdaderamente merece en la rueda de la vida que gira, y gira y seguirá girando mientras ellas sigan haciéndolo.

Parafraseando a  Chesterton sobre su esposa Frances, creo que el mundo fue hecho para que las mujeres pudiesen habitarlo y los hombres realmente somos su complemento necesario. En el buen sentido, claro está. Y, aunque parte de su mundo pudo y puede ser pequeño, ellas podían y pueden cambiarlo a su antojo pues era y es suyo realmente. No así el del hombre. El mismo Dios supo desde el principio que el hombre no podía subsistir sin ella. Y no se trataba sólo de conservar la especie, sino del día a día. Por ello, la astuta serpiente tuvo también claro desde antiguo donde debía actuar primero, y sigue en ello. Por eso, una mujer fue destinada ante constitutionem mundi  a acabar con la propia serpiente.

En los cuentos de príncipes y princesas, lo importante no son las aventuras del primero sino la princesa que las determina. Sin ella el príncipe carece de sentido en su trono sin música, vestidos, salones de baile,…, en definitiva sin alegría. Además, permanecería siendo una rana para siempre. Homero no volvía a Ítaca tras la guerra de Troya para estar en su tierra. Volvía por estar junto a Penélope, objeto múltiple de deseo. Por ello la Odisea podría haberse llamado la Penelopeida y no hubiese pasado nada, sirenas incluidas. No era un nacionalista, sino un enamorado. La fuerza motriz del mundo es femenina. Petrarca, Dante, Byron, Keats, Neruda,  Machado, …, todos fueron inspirados por mujeres, algunos de cuyos nombres se han hecho inmortales. El arte, la forma de expresión más característica y sublime del ser humano, tiene su motor principal en la mujer. Si algunos artistas homosexuales crearon obras grandiosas lo han sido por analogía, porque han estado poseidos por un espíritu femenino o porque desde esa perspectiva vieron a las personas que les inspiraban.

Poesía, Música, Pintura, Escultura, las mismas Musas, son nombres tan femeninos como Teresa, Ángeles, Eva, Carmen, Cristina, Alicia, Gemma, Ana, Begoña, … y María, sobre todo, María.

No nos engañemos. Detrás de un gran hombre no hay una gran mujer, simplemente hay una mujer. No necesitan añadir un adjetivo para resaltar lo que le es propio. No necesitan a un Mefistófeles para cegar al hombre con la pócima fatal porque parte de su esencia es enamorar, aunque le pese a Goethe. Y parte de lo mejor de esta vida es poder disfrutar del arrebatamiento al que otra pócima, esta vez bendecida por un sacramento, te conduce como a Tristan a fundirte con Isolda en una entrega, ya no sólo nocturna sino imperecedera hasta la hora de abandonar esta nave, si es posible, con un canto de agradecimiento.

No hay falsedad ni error mayor en el mundo que tratar de igualar al hombre y la mujer en aquello que no son derechos fundamentales que todas las personas compartimos. Esa es la grieta que va resquebrajando la tierra. El verdadero ecologismo es el que debe preservar a la mujer de lo pernicioso, de lo que acabaría con la poesía, de lo que haría gris y oscuro al mundo. No es la amenaza el calentamiento global de la tierra, sino el enfriamiento global de lo que representa la mujer.

El mundo no es un patriarcado porque es imposible. Aunque a veces pueda parecerlo, es sólo eso, pura apariencia. Sólo puede ser un matriarcado. Por ello, será otro cuando esté gobernado fundamentalmente por mujeres que no renuncien a ser lo que son, a su esencia. Reducirlo a una ridícula cuestión de cuotas es quitarle su merito, es hacer daño a la mujer, es estar completamente ciego, es ser un superficial, un vacuo. Es un insulto imperdonable que evita crear un desarrollo normativo necesario que permita a la mujer ser ella misma en medio del mundo, conciliando sus distintas facetas.

Por eso Dios sólo eligió a una mujer para ser la única criatura inmaculada y, por tanto, inmune a los efectos del pecado. Y el mismo Dios pidió permiso a María, para encarnarse en un útero materno y crecer en el seno de una familia. Por ello es corredentora de la humanidad entera. Ninguna religión reconoce a la mujer tanta grandeza como la católica aunque algunos solo contemplen aspectos marginales y superficiales porque desconocen su esencia. Es lo que tiene la ignorancia y la osadía del que tiende a simplificar el mundo.

Por eso el maligno sabe que para hacer daño al mundo debe comenzar por la mujer. Se repite lo de Eva de forma recalcitrante. Debe aprisionarla evitando sus derechos como ocurre en ciertos países islámicos. O debe degradarla a la categoría de objeto, bien de exposición o de disfrute. Y los objetos se poseen. Ahí radica la causa de la violencia machista. Ahí está su vínculo profundo con la ola de pornografía y moda hortera que asola al mundo. Por ahí el barco del mundo hace aguas y su máxima expresión la observamos en la perversión de algo que forma parte constitutiva de la mujer: la maternidad. Por ello el aborto es una doble monstruosidad: primero, por acabar con una vida humana diferente ‘cosificándola’ y, en segundo lugar, porque lo hace su propia madre sacrificándola en honor al dios del egoísmo, del miedo o de la opresión. Y sacrificando a su hijo muere algo de ella también y no precisamente una pequeña parte. Y por ello, el dios del egoísmo y la conveniencia exige el aborto selectivo de millones de niñas poniendo en evidencia la mentira de feminismo radical. En contraposición, en este mundo en el que mueren también millones de niños de hambre para nuestra vergüenza, no lo es para sus madres. Cuando vemos las imágenes de esos niños moribundos, mientras nosotros comemos, junto a ellos siempre están las madres con sus ojos hundidos y sus pechos secos y flácidos. No se ven los padres. Es su ser real, el que no se puede desvirtuar.

Machismo y feminismo son dos caras de la misma vergonzosa moneda con la que se trata de comprar e intercambiar la dignidad del otro. Es la dictadura del género, nada original y distinta de otras dictaduras, que sólo reconoce la superioridad propia. Hermanas de Femen no os degradéis mas. No se trata sólo del ridículo personal que a otros excita, se trata de la mujer en general. Lo sagrado en el mundo son las personas. Homo homini res sacra est decía Cicerón y lo femenino es parte constitutiva de ello, quizás la más importante.

2 respuestas a «Mujer»

  1. La mujer, el ser más excepcional.

    De acuerdo con todo lo expuesto y desde aquí saludar a dos pilares de todo hombre que son las madres y esposas fundamentales en nuestras distintas etapas de vida.

    Un saludo Bernardino.

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